Hacer cosas absurdas siempre
se me ha dado bien, incluso es algo que recomiendo con frecuencia a los amigos
que viven agobiados por la rutina de sus trabajos y la postergación de sus
sueños.
De nuevo, andaba por toda la casa en busca del Aleph. Era
un sábado tranquilo y fresco, perfecto para una empresa tan incoherente. Luego
de varias horas, me detuve, jadeante, a observar el nicho de la bombona de gas,
un pequeño espacio tipo cajón con delgadas paredes de cemento pero sin puerta,
que solo sirve para albergar la bombona. Originalmente fue blanco, pero los
años y la humedad lo habían convertido, recién me daba cuenta, en una obra
pictórica de inusual belleza, a la cual se le sumaba armoniosamente la herrumbrosa
y descascarada estética de la vieja bombona. Me quedé abrumado ante la hermosura
de aquella visión, que parecía la mezcla perfecta entre Antoni Tàpies y
Anselm Kiefer.
Tratando de racionalizar la belleza de aquel espacio, me
di cuenta de cuán anodino era, no parecía tener nacionalidad, ni dueño, como si
solo fuera parte del universo y nada mas. Tan arrogante en su humildad que desvaneció
por completo mis intenciones de sentarme en él un rato… Entonces, como nunca
antes, sentí vergüenza de mi mismo y proseguí la búsqueda del Aleph con una
gran satisfacción en el alma.
Obitual Pérez